Revista "El Caminante"


Para alimentar el cuerpo y el alma


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Nota de tapa


Cancer y espiritualidad


Teniendo en cuenta que según la OMS (Organización Mundial de la Salud), el cáncer ocupa la segunda causa de muerte en el mundo; el tabaquismo (perfectamente evitable) es el principal factor de riesgo y ocasiona aproximadamente el 22% de las muertes por cáncer; cerca del 70% de las muertes por cáncer se registran en los países de ingresos medios y bajos, y que, aproximadamente el 50% de las enfermedades oncológicas se curan con alguno o algunos de los métodos tradicionales de tratamiento (solos o combinados) como la cirugía, radioterapia, quimioterapia, antagonistas hormonales y/o inmunomoduladores, consideramos de esencial importancia ampliar nuestra mirada para poder abarcar mejor la complejidad de esta temática incluyendo la dimensión espiritual del hombre y del universo. Habiendo intentado destacar en primera instancia la importancia del tema, en segunda instancia proponemos analizar y ensayar una respuesta a la pregunta considerada la cuestión esencial de la Filosofía: ¿Qué es el hombre? Si nuestra respuesta fuera “un ser bio-psico-social”, nuestra comprensión de ese modelo antropológico se limitará a contemplar apenas las dimensiones bio = cuerpo físico; psico = pensamientos, sentimientos, voluntad, imaginación, creencias, expectativas, etc. y social = sus relaciones en la familia nuclear, ampliada, su comunidad y la sociedad más extensa. Desde esta perspectiva, naturalmente entenderemos al hombre, su modo de enfermarse y su modo de curarse dentro de los límites que señalan estos parámetros. En consonancia con este modelo a la pregunta sobre el ¿por qué nos enfermamos? Solo podremos darle una respuesta restringida a una causalidad muy limitada que propongo llamar “causalidad horizontal”, por referirse apenas a los condicionamientos “horizontales” de la actual existencia. En cambio, si nuestra respuesta a aquella pregunta fuese “un ser bio-psico-socio-espiritual”, nuestra comprensión de ese modelo antropológico será mucho más amplia y abarcativa. Sobre todo porque la dimensión espiritual del hombre no implica sólo acrecentar un nivel más, sino que es tan esencial y significativa que con ella, redefinimos lo que entendíamos por biológico, psicológico y social. Voy a intentar ser más claro y explícito: siendo el espíritu el principio inteligente de la creación que en la condición humana alcanzó un nivel de evolución que permite la conciencia de sí mismo, su individualización, el pensamiento continuo, que precede al nacimiento del cuerpo físico y continúa “viviendo” después de la destrucción del vehículo transitorio que le sirvió durante la encarnación, es también la sede real de la inteligencia, la voluntad, la afectividad, los conocimientos, las experiencias, los vicios y las virtudes. Por todo ello, con él, podemos legítimamente hablar de una “Biología Trascendental” para comprender la sutil complejidad de nuestro cuerpo físico (ver la notable trilogía del Ingeniero Hernani Guimarães Andrade al respecto). Del mismo modo, con él (el espíritu) la psicología da un salto cualitativo absolutamente revolucionario hacia la trascendencia como lo demuestra el surgimiento de la llamada Cuarta Fuerza o “Psicología Transpersonal” ya presente en las academias de nuestro tiempo incorporando la realidad del espíritu humano en la comprensión psicológica del hombre. Y finalmente, como nos enseña toda la Codificación, con justicia y a partir de ella podemos plantear la realidad de una “Sociología Trascendental” en la que hemos de discernir no sólo las vinculaciones de unos con otros (encarnados) sino, además también las estrechas y continuas vinculaciones entre encarnados y desencarnados en todos los sentidos y direcciones imaginables otorgando un alcance “exponencial” de aplicación a la famosa frase de Ortega y Gasset cuando afirmaba “el hombre es él y sus circunstancias” pues él, lo sepa o no, está relacionado con ellos (encarnados y desencarnados), y sus circunstancias no son apenas materiales sino también y esencialmente espirituales. De esta manera, ahora entenderemos mucho más y mejor al hombre, su modo de enfermar y sus caminos para curarse. La dimensión espiritual del hombre es la que le otorga un sentido a su existencia y, cuando va desarrollándose conscientemente, permite una más plena conexión con la alegría de vivir, anhelo procurado por todo ser humano independientemente de la situación que esté vivenciando. Ahora a la pregunta sobre el ¿por qué nos enfermamos?, podremos darle una respuesta mucho más amplia que propongo llamar “causalidad vertical” pues acrecentaría a los condicionamientos de la actual existencia una multiplicidad de factores relacionados con el pretérito recorrido por el espíritu inmortal que trasciende los alcances y limitaciones de la actual encarnación. Y quizás lo más importante, podremos formular con mucho mayor sentido y provecho la pregunta ¿para qué nos enfermamos? Frente a la enfermedad, el sufrimiento y la posible interrupción de la vida física nos resultará más factible encontrar los elementos mínimos necesarios para incorporar en nuestras almas el aprendizaje que toda experiencia de vida conlleva para la evolución y crecimiento del espíritu. Considerando que hasta aquí hemos resaltado primero, la importancia epidemiológica del cáncer y segundo, el modelo antropológico que vamos a utilizar, creemos necesario y conveniente pasar en tercer lugar, a un análisis específico de algunos de los aspectos más sobresalientes en relación al cáncer y la espiritualidad. Entre ellos destacaremos varios factores intervinientes agrupados en tres momentos principales de la enfermedad: 1) Origen; 2) Desarrollo y 3) Desenlace. Con fines didácticos y de organización vamos a dividir este análisis según las dimensiones y/o niveles que reconocimos y diferenciamos previamente en el modelo antropológico ya descripto. 1) Origen: en la dimensión biológica bien sabemos, gracias a los valiosos aportes de la ciencia médica oficial que existen factores genéticos a veces determinantes, como ocurre con la Poliposis heredofamiliar múltiple que indefectiblemente desembocará en un cáncer de colon y otras veces condicionantes, como ocurre con diversos cuadros oncológicos donde la carga genética implica una participación de proporciones variables en términos de diátesis que combinadas con otros factores podrán desarrollar o no cuadros cancerígenos. También se identificaron claramente factores etiológicos de carácter físico como ocurre con el efecto de las radiaciones en las patologías oncológicas que se desarrollan en los glóbulos blancos (leucemias y linfomas). Factores de naturaleza química como lo son la nicotina y el alquitrán así como tantos otros compuestos cancerígenos de características semejantes. Factores biológicos como la clara vinculación entre el HPV y el cáncer de cuello de útero; el HIV y diversos cuadros oncológicos, etc. En el nivel psicológico numerosos estudios e investigaciones rigurosamente diseñados y extensamente documentados demostraron una clara relación entre depresión y cáncer como así también un sentimiento que parece especialmente presente en el origen y desarrollo de la enfermedad que es el resentimiento. Estos resultados parecen respaldar y confirmar la vieja afirmación realizada por Galeno en el siglo II de nuestra era: “las mujeres tristes enferman más que las mujeres alegres”. La teoría de la vigilancia y la Psico-neuro-inmuno-endocrinología (PNIE) desarrollada por el Dr. Robert Adder de los EUA permiten una explicación muy clara y esclarecedora que los límites de este artículo no permiten desplegar. También resultan sumamente valiosos los estudios que muestran que muchas veces son necesarias determinadas configuraciones de personalidad (portadoras de Trastornos del Narcisismo) como un “terreno” psicológico necesario para que el estrés sufrido, al menos por seis meses consecutivos sin encontrar una solución posible, comience a gestar la convicción en el propio paciente de que la única respuesta factible para lo que él vive con la sensación de “callejón sin salida” pueda ser (consciente o inconscientemente) ¡la muerte! En el nivel social destacaremos la “enorme” influencia que ejercen los malos hábitos conocidos popularmente como vicios y muy especialmente cuando son practicados por las figuras parentales que funcionan frecuentemente como principales modelos identificatorios tal como lo hacen los padres y las madres. Señalaremos en respaldo y concordancia con lo expresado en este mismo artículo la “inducción” sumamente frecuente del vicio del tabaquismo en los hijos de fumadores con su consecuente influencia en el desarrollo del cáncer de pulmón (¡causa número uno de muerte por cáncer en el mundo!). También la clara vinculación entre el vicio del alcoholismo y el cáncer hepático (Hepatocarcinoma) de ominoso pronóstico. En el nivel espiritual a pesar de las enfáticas recomendaciones de la OMS realizadas en el año 1986 donde se sugirió acrecentar la atención del aspecto espiritual y las afirmaciones en el mismo sentido que realiza la página del cáncer de los EUA, la realidad cotidiana para la mayoría de los ámbitos médicos vinculados a la atención oncológica es que no la tienen en cuenta (posiblemente porque no la conocen ni entienden en que consiste y mucho menos aún ¡la enorme importancia de su participación!). Nosotros, aprovechando el valioso conocimiento que nos brinda la Doctrina Espírita, vamos a resaltar la esencial importancia de esta dimensión para mejor comprender y por la misma razón, prevenir, retardar, transitar la enfermedad oncológica y si fuera necesario morir por la misma, cosechando en todos los casos el aprendizaje pertinente que nuestro espíritu necesite. Hemos sido profusamente informados a través de la literatura mediúmnica proveniente principalmente del Espíritu André Luiz (¡gracias a la santa mediumnidad de Chico Xavier!) de las marcadas interacciones recíprocas entre el Periespíritu (envoltura fluídica semimaterial que sirve de unión entre el espíritu y el cuerpo) y el organismo físico. Solo para señalar algunos ejemplos diremos que frecuentemente, una vez producida la desencarnación, el espíritu necesita de una cantidad de tiempo semejante a la que se implementó en el cultivo del tabaquismo para poder “limpiar” al Periespíritu de las secuelas energéticas producidas por este vicio. Es decir, si fumó durante 30 años en su vida física puede llegar a demorar 30 años en el mundo espiritual para alcanzar una purificación completa de su Periespíritu. Y como el Periespíritu es el “Modelo Organizador Biológico” (término propuesto por Hernani Guimarães Andrade y respaldado por el mundo espiritual), lógicamente, sus afecciones, problemas y disfunciones se “imprimirán” ideoplásticamente en el cuerpo físico durante la embriogénesis y organogénesis reencarnatoria desarrollando diátesis y tendencias que generen o faciliten el surgimiento de patología oncológica. Algo parecido ocurre con el alcoholismo y cualquier otro tipo de vicio que resulte de inclinaciones erróneas del espíritu. Otra cuestión particularmente valiosa y sumamente significativa en torno del nivel espiritual que solo el Espiritismo puede esclarecer es que cualquier enfermedad (cáncer incluído) conlleva una serie de condicionamientos específicos, cuyo factor posiblemente más destacado y común sea el sufrimiento, que funcionan como un verdadero “remedio” para el alma. En esta perspectiva “siempre” la enfermedad, tenga carácter expiatorio o probatorio, es permitida por la Providencia divina como un exigente maestro cuya función es educar o reeducar al espíritu. 2) Desarrollo: una vez establecida la enfermedad oncológica en la dimensión física del ser, en la gran mayoría de los casos, la verificación positiva que implica la formulación del diagnóstico cáncer representa un hito de enorme impacto psicoemocional para el sujeto y su entorno afectivo más cercano (¡familiar o no!). Ese diagnóstico habitualmente resultante de un proceso que transitó un abordaje clínico (signos y síntomas) y de métodos complementarios como análisis de laboratorio y diagnósticos por imágenes suele encontrar su instancia definitoria y terminante en la anatomía patológica cuya precisión resulta casi siempre inapelable en manos expertas. El delicado momento de la “comunicación” del mismo al paciente y/o a su familia inicia una nueva etapa en el decurso de la enfermedad en la que destacamos la “confrontación” con diferentes grados de consciencia de la fragilidad y vulnerabilidad de la vida física tomando un lugar prioritario y casi siempre omnipresente el “temor a la muerte”. Se ingresa habitualmente en un verdadero “tsunami emocional” cuyo impacto suele ser tan devastador y significativo que arrasa con el orden previamente establecido. Con mucha frecuencia se experimentan estados de verdadero shock psicológico en los que pueden coexistir y/o alternar momentos de confusión, negación, negociación, enojo, tristeza y en el mejor de los casos, ¡aceptación! Destacamos que esta última vivencia afectiva, la aceptación, no siempre se alcanza en la presente encarnación y cuando se logra, en la enorme mayoría de los casos, resulta ser el final de un largo proceso psicológico que atraviesa las más diversas y difíciles vicisitudes que podamos imaginar. En virtud de lo señalado anteriormente aconsejamos con vehemencia utilizar todos los recursos terapéuticos perfectamente protocolizados por la oncología, siempre con el respeto y la libertad adecuada a la autonomía soberana del paciente para bien atender la dimensión biológica de su enfermedad. Del mismo modo recomendamos encarecidamente el aprovechamiento de la aplicación de los recursos psicooncológicos para la dimensión psi y naturalmente también el trabajo específico sobre los vínculos del paciente y su familia previniendo especialmente la instalación y/o desarrollo de la llamada “conspiración del silencio” de alcances tristemente significativos en el tejido psicosocial del enfermo y sus allegados. Para nosotros, sin ninguna duda y con el cuidado de no subestimar cualquiera de las dimensiones abordadas (bio-psico-social) la cuestión esencial se centra en la dimensión espiritual de la experiencia desencadenada por el cáncer. Como nuestra concepción de Dios desde la Doctrina Espírita concibe un Ser justo, amoroso y caritativo en grado infinito, sólo podemos comprender al sufrimiento como una bendita oportunidad de aprendizaje y crecimiento para el alma. Por lo tanto, si esa alma incorpora el aprendizaje que la enfermedad trae, logra quitarle sentido a su continuidad de modo tal que se generan condiciones mucho más favorables para su curación. Entonces la pregunta más importante que debemos buscar responder es ¿qué me está queriendo enseñar lo que me pasa? ¿qué amarga pero necesaria lección se oculta detrás de la enfermedad y su sufrimiento? Nuestra reflexión en busca de las respuestas al por qué horizontal; al por qué vertical (¡ambos unidos y relacionados constituirían el por qué integral!) y el para qué deberían conducir inexorablemente, para nuestro mayor provecho, a la consciencia de un aprendizaje concreto que precisamos incorporar a nuestra alma. 3) Desenlace: la evolución de la enfermedad puede seguir básicamente tres caminos: la curación que implicaría una regresión del proceso que la originó; la detención que implicaría una “pausa” de duración y salida casi siempre incierta y la progresión hacía el deterioro creciente y muerte del cuerpo físico. Todos los niveles de abordaje terapéutico tienen su importancia y participación para el destino del cuadro y mucho más aún si se los integra complementariamente. Cada individuo enfermo posee una singular constelación de factores que en conjunto determinan su situación única e irrepetible. Esto implicaría una “causalidad integral’ y un sentido para la experiencia absolutamente personal. Acrecentamos a lo ya conocido la destacada importancia de la implementación de recursos holísticos fuertemente respaldados por la Doctrina espírita, la Parapsicología, la Psicología Transpersonal, el Biofeedback y la PNIE como lo son las visualizaciones terapéuticas cuyos resultados, y no sólo en el campo oncológico, han sido ¡francamente sorprendentes! Para quien desee profundizar este aspecto recomendamos enfáticamente los libros de Carl O. Simonton “Recuperar la salud” y Bernard Siegel “Paz, amor y autocuración”. Los recursos terapéuticos largamente experimentados por la Doctrina Espírita y otras propuestas religiosas y/o espiritualistas de oriente y occidente siempre serán de enorme utilidad e importancia como está siendo ampliamente demostrado por las pesquisas realizadas en los mejores centros académicos del mundo bajo el título general de “Salud y Espiritualidad”. Entre los más prestigiosos destacamos a Harvard, New Hampshire, Stanford, Virginia, Duke, Columbia, Clínica Mayo, Clínica Mennenger, etc, etc, etc. Nos referimos a las oraciones, los pases magnéticos, las vibraciones, el uso del agua fluidificada, la desobsesión, regresión de memoria, etc, etc, etc. Ante cualquiera de los posibles desenlaces, e incluso para poder influir conscientemente en la dirección de ese desenlace, será de vital importancia aplicar a la situación el camino propuesto por la pregunta 919 de El libro de los espíritus respecto de que el modo práctico más efectivo para evolucionar en esta misma encarnación consiste en el estudio y conocimiento de sí mismo. Con este objetivo, sin ninguna duda tendremos muchas mejores chances de adquirir el aprendizaje que la dura lección trae y, si la Providencia lo permite, incluso influir de manera significativa en la dirección y destino de ese desenlace. ¡Dios, Jesús y los Buenos Espíritus nos iluminen a todos y muy especialmente a las personas y familias que se encuentran atravesando esta difícil experiencia en su encarnación!

Sabino Antonio Luna



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